Yo siempre he pertenecido a una familia humilde, proletaria; no me duelen prendas en decirlo. No quiero que se me malinterprete, nunca hemos pasado hambre, pero si que es cierto que el menú, por cuestiones económicas, siempre recurría a lo mas barato del mercado. Que si patatas fritas, tortilla de patatas, guiso de patatas, patatas rellenas (de patata). Era tedioso; y el día que mi madre coció una patata y me la untó en un mollete para el recreo ya tuve que decir basta.
Poco después de que el artista anteriormente conocido como Pryca cambiase su nombre a Carrefour desemboqué con un amigo en dicho supermercado. Era uno de esos paseos rutinarios y nos dijimos de ir allí “a mirar”. Solíamos echar el rato en la parte de electrónica, mirando que CD nos íbamos a piratear o que ordenador no nos íbamos a comprar.
Pero en un giro del destino emprendimos un paseo por la sección de alimentación. Fue entonces cuando empecé a babear más que todos los perros de Pavlov juntos. Un mundo nuevo y mejor se nos iba descubriendo a cada pasillo y decidimos cometer una locura; como el que hace puenting o hace alguna gilipollez a lo Jackass y lo cuelga en Youtube. Nosotros esa tarde nos quedamos a merendar en Carrefour.
Como teníamos intención de comer pero no de pagar, lo primero que hicimos fue mirar que pasillo no disponían de cámara de seguridad. El pasillo de las lejías no tenía cámara. Nadie en su sano juicio roba lejía. No está buena, por lo tanto allí no hace falta cámara.
Después cogimos un carrito como si fuésemos compradores habituales; los típicos compradores teenagers; y nos dimos una vuelta pasillo por pasillo, balda por balda, llenando nuestro carro, preparando nuestro delito.
Empezamos por los Red-Bulls. Eran tentadores pues su neverita estaba justo al lado de las bebidas alcoholicas; pero decidimos ser cautos, solo necesitábamos aquella bebida energética después de la dura caminata. El alcohol quizás otro día.
Después nos encontramos con el pasillo de los saladitos. Yo miré a la izquierda y se me cayeron dos lagrimones. Rufles, Fritos, Pringles, Paco, Nachos, la Abuela Eloísa... Mi amigo que era mas sibarita se decidió por unos cacahuetes con miel, despreciando las pipas peladas; con lo que me gustan a mí las pipas peladas.
Un par de vueltas más y llegamos a la estantería de Repostería Martínez. Tanta variedad, tanto surtido... mil sabores, mil formas. Pero hasta para esto fuimos unos profesionales. Cogimos una bolsita, la rellenamos y la pesamos; como si la fuésemos a pagar. Es más; cogimos una bolsita, la rellenamos, la pesamos, y después le echamos dos o tres pastelitos más, como si la fuésemos a pagar de verdad.
La merendola estaba servida. Retrocedimos unos cuantos pasillos y empezamos a comer. Nos pusimos como cerdos mientras cientos de botes de lejía nos observaban; atónitos, sin poder articular palabra, observando nuestra hambre voraz y temiendo que en un acto de locura ellas fueran las siguientes.
A veces pasaba gente, amas de casa que querían comprar. Es entonces cuando disimulábamos, nos limpiábamos la boca y nos sacudíamos las migas rápidamente; y empezábamos a discutir sobre cual lejía nos íbamos a llevar, sobre cual lejía era mejor... ya ves tu. Pero daba igual, aunque nunca ganaríamos un Oscar por aquella discusión daba los mismo; porque por allí no pasaba nadie que no llevase permanente. Ni un encargado, ni un segurata... estaba claro que la acción no estaba en el pasillo de las lejías.
Era tarde, la noche acrecía. Teníamos toda la sangre en el estomago. Me notaba con las defensas bajas, mi L.Casei Inmunitass estaba en puestos de descenso. El colofón final era un Actimel; rápido, sencillo, lo ideal para cerrar una tarde lúdico-deportiva.
Llegué tarde a casa. Mi madre se sorprendió de que me fuese directamente a la cama sin probar bocado de la suculenta cena que había elaborado a base de patata. Yo estaba lleno, pero tenía clara una cosa... había que repetir.
Vaya que si repetimos. Hasta en mas de un centenar de ocasiones. ¿O fueron 7? Ahora, los adolescentes modernos han sustituído la merendola en el Carrefour por la Playstation y la Nintendo. Pero, ¿a dónde se encamina esta sociedad?
ResponderEliminarSiempre recordaré el día en que nos despedimos de nuestras merendolas gratuitas. Como ocurre con los delincuentes profesionales, cada vez fuimos tomando menos precauciones. Recuerdo que nos creíamos los reyes del mundo. Corría el año 2003 (ahora va un flashback mientras se sigue oyendo mi voz narrada). Fueron varios los errores que cometimos aquella tarde. Para empezar, venía Víctor. Elegimos el pasillo erróneo (¿quién iba a pensar que había cámaras en el pasillo de las cacerolas?). Y fuimos demasiado ambiciosos. Aquél pack de 8 Actimel nos sedujo desde el principio. Todo iba bien hasta que un miembro del cuerpo nacional de seguridad de supermercados nos aconsejó, amablemente, que pagáramos los actimel. Mira si fue amable que nos acompañó (con una sonrisa) hasta las cajas donde, por supuesto, abonamos la cantidad de los actimel que ascendía a 2 euros (+ el botellón). Fue un final apoteósico para nuestras merendolas, que jamás olvidaremos. Eso sí, los actimel los pagó Muñoz. Pero eso, queridos amigos, es otra historia.
jojojojojojojojo m encanta!
ResponderEliminarMe has provocado una carcajada en la oficina al leer el mollete untado en patata cocida, como siempre, unas entradas de muchas calidad las tuyas señor Dpoda
ResponderEliminarGran descubrimiento este blog... Hoy empiezo mis vacaciones, y creo que estas lecturas me las van a hacer aun más amenas.
ResponderEliminarEnhorabuena por el blog
Gracias por los ánimos, esperamos que disfrutes el blog y que sigas participando.
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