Eran otros tiempos; las tardes te las pasabas jugando al fútbol o con la bici mientras que en los fines de semana te contentabas con ir al videoclub a alquilar alguna peli.
Era un mundo perfecto, y como tal, nuestros exquisitos paladares necesitaban una amalgama de sabores para contentarlos. Lo mejor es que tales sabores estaban a tiro de piedra, al doblar la esquina, en el siguiente kiosko; y es que la felicidad estaba al alcance de tan solo 25 pesetas.
Por su apariencia la podíamos dividir en varios sub-grupos. Estaban por ejemplo los animales, con los ositos (de mil colores), los gusanos (multicolores again), tiburones (dulces peces salados)... El grupo de comidas con los huevos fritos (que no necesitan presentación), los plátanos (de mis favoritas), las moras (rojas o negras), los fresones (algo tochos), las botellas de coca-cola (sin cafeína)... El grupo de partes del cuerpo con los dedos (dedos de zombis diría yo), las dentaduras (paradógicamente si comías muchas te podías quedar sin ella), corazones (mitad rojo y mitad naranja), los labios (la golosina de los 1001 usos). Aparte
también teníamos algunas mas inclasificables como las nubes (esponjosas y con la posibilidad de quemadlas con un mechero) o las barritas longitudinales azucaradas (circulares o planas), de regaliz (rojas o negras otra vez) o
Cuando queríamos que el sabor se perpetuase algo más de tiempo recurríamos a los chicles; aunque esta creencia era falsa porque mientras podíamos estar mascando chicle varias horas el sabor se iba a los pocos minutos. El clásico de los clásicos era Boomer, sus sabores originales eran menta y fresa aunque poco a poco los fueron aumentando incluso hasta llegar al Boomer de natillas. Era tal su popularidad que la compañía empezó a sacar derivados; como el Boomer kilométrico, un chicle de unos pocos centímetros. Un peldaño por encima de Boomer estaba Bubbaloo, el primer chicle relleno de un gustoso liquido dulce y que hacía una combinación exquisita. Después estaban los chicles de temporada; con un sabor menos refinado pero que contenían adhesivos de la moda en la época, como los Simpsons, Chiquito de la Calzada, el Dúo Sacapuntas [¿?]...
Para los mas golosos como yo siempre había variantes en chocolate: desde los mas sencillito como los paraguas de chocolate, la mariquitas o lo cigarrillos de chocolate (con los que siempre nos hacíamos los fumadores por mucho que eso no diese el pego); hasta los mas placenteros como los Lacasitos ( botoncitos de cacao apilados en un practico tubito); los Conguitos (vestidos de chocolate con cuerpo de cacahué); o los Huevos Kinder (aunando bombón y juguete en el producto mas comercial de la historia).
Después estaban los frutos secos. Con las pipas Kelia, el Piponazo de Grefusa, Don Pipón o las pipas Sol de Alba nos dejábamos los labios y con los kikos de Mr.Corn o el Kikonazo las muelas. Si querías un surtidito tenías que recurrir al Potaje, sabiamente así llamado porque contenía mas de esos asquerosos garbanzos que de cualquier otra cosa. Como rareza le dedicaré una linea a los grandes Mochitos; arroz inflado con sabor jamón [¿?] los cuales están prácticamente extintos.
Cuando llegaba el veranito era tiempo de refrescarse el gaznate. Lo más barato era el polo-flan, barritas de hielo con sabores a la carta. Como nota curiosa recuerdo que el gran hit de un verano fue un polo-flan celeste con sabor agua-marina [¿?], aunque yo siempre elegía los clásicos de naranja o limón.
Lo bueno llegaba cuando íbamos al chiringuito o a la piscina y nuestros padres decidían comprarnos un helado. Es entonces cuando Miko y Frigo entraban en una batalla campal por nuestra atención. Los dos tenían grandes ases en la manga; Miko deleitaba nuestro paladar con el Mikolapiz, los Fantasmikos, el Pirulo, el Roller, el Colajet o el Fantasmiko; mientras que Frigo nos elevaba al séptimo cielo con el Frigopie, el Drácula, los Minimilks, el Twister, el Calippo o el Negrito; hasta que un poquito mas crecido Frigo lanzó el helado que finalmente me conquistó: el Magnum.
Por desgracia todo esto que cuento ya pasó. Para empezar ahora vas al kiosko y menos de un euro no te dejas a poco que compres. Además las cosas no saben igual. Aunque confieso que en la soledad de algunas tardes de verano me compro una gran bolsa de cualquiera de lo redactado anteriormente y lo degusto, intentando rememorar viejos tiempos, en la soledad de mi salón. Por favor, háganlo si pueden, quizás su paladar no lo disfrute tanto como antes, pero su memoria se lo agradecerá.
Dulces, salados, ácidos, helados, pequeños, grandes, con pegatinas, con tazos... daba igual lo que te apeteciese, daba igual el camino que acabases cogiendo; todo estaba sublime.
Podíamos optar por las clásicas gominolas, a granel en sus correspondientes urnas y que el kisokero se encargaba coger con unas pinzas y meterlas en una bolsa trasparente después de nuestra sabia elección.
Por su apariencia la podíamos dividir en varios sub-grupos. Estaban por ejemplo los animales, con los ositos (de mil colores), los gusanos (multicolores again), tiburones (dulces peces salados)... El grupo de comidas con los huevos fritos (que no necesitan presentación), los plátanos (de mis favoritas), las moras (rojas o negras), los fresones (algo tochos), las botellas de coca-cola (sin cafeína)... El grupo de partes del cuerpo con los dedos (dedos de zombis diría yo), las dentaduras (paradógicamente si comías muchas te podías quedar sin ella), corazones (mitad rojo y mitad naranja), los labios (la golosina de los 1001 usos). Aparte
masticables, también llamadas Palotes.
La variedad también estaba en los caramelos; así pues teníamos los masticables Sugus (por el color de su envoltorio adivinabas el sabor; los naranjas eran de naranja, los azules de piña [¿?] y los rojos de chorizo); los clásicos Chimos, arandelas de mil colores y sabores; los silbatos de caramelo que cumplían a la perfección sus dos funciones; los caramelos Drácula que te tintaban la lengua roja; los Gummy, más cercarnos a la gominola que al caramelo; los que te despejaban la garganta como los Goliah y los Pictolines; y el villano de todos los caramelos, el caramelo de piñones, que se pegaba en el cielo de la boca. Premio especial del jurado al mejor invento español de toda la historia, el Chupa-Chups, tan sencillo como pegarle un palo al caramelo.
Como de pequeños eramos unos temerarios a veces nos pasábamos al lado extremo y comprábamos pica picas. Se llevaba la palma los Peta-Zetas y su chispeante mundo en el corazón de tu paladar; aunque sin hacerle desprecio a los Fresquitos, a grosso modo chupa-chups embadurnados en polvo pica-pica.
Cuando queríamos que el sabor se perpetuase algo más de tiempo recurríamos a los chicles; aunque esta creencia era falsa porque mientras podíamos estar mascando chicle varias horas el sabor se iba a los pocos minutos. El clásico de los clásicos era Boomer, sus sabores originales eran menta y fresa aunque poco a poco los fueron aumentando incluso hasta llegar al Boomer de natillas. Era tal su popularidad que la compañía empezó a sacar derivados; como el Boomer kilométrico, un chicle de unos pocos centímetros. Un peldaño por encima de Boomer estaba Bubbaloo, el primer chicle relleno de un gustoso liquido dulce y que hacía una combinación exquisita. Después estaban los chicles de temporada; con un sabor menos refinado pero que contenían adhesivos de la moda en la época, como los Simpsons, Chiquito de la Calzada, el Dúo Sacapuntas [¿?]...
Para los mas golosos como yo siempre había variantes en chocolate: desde los mas sencillito como los paraguas de chocolate, la mariquitas o lo cigarrillos de chocolate (con los que siempre nos hacíamos los fumadores por mucho que eso no diese el pego); hasta los mas placenteros como los Lacasitos ( botoncitos de cacao apilados en un practico tubito); los Conguitos (vestidos de chocolate con cuerpo de cacahué); o los Huevos Kinder (aunando bombón y juguete en el producto mas comercial de la historia).
Si todo ello era demasiado poco para ti siempre podías merendar con los clásicos pastelitos. Antes si merecían la pena, los triángulos o las caracolas tenían el tamaño de adoquines; por no hablar de las dimensiones de las palmeras, con las que te podías resguardar del agua en días lluviosos. Bollylandia, tu antes molabas.
En el mundo de los salado la oferta se multiplicaba más aún su cabe. Clásico básico eran los Gusanitos (eran nuestro sustento, el de los bebés y el de los patos del parque); la versión gusanitera de los puros cubanos eran los Aspitos; y algo parecido a esto pero recubierto de chocolate eran los Tanzanitos.
Después estaban los frutos secos. Con las pipas Kelia, el Piponazo de Grefusa, Don Pipón o las pipas Sol de Alba nos dejábamos los labios y con los kikos de Mr.Corn o el Kikonazo las muelas. Si querías un surtidito tenías que recurrir al Potaje, sabiamente así llamado porque contenía mas de esos asquerosos garbanzos que de cualquier otra cosa. Como rareza le dedicaré una linea a los grandes Mochitos; arroz inflado con sabor jamón [¿?] los cuales están prácticamente extintos.
También podíamos contemplar la opción de comprarnos un paquetillo de papas.
Matutano llevaba la delantera en este mundillo. Siempre podíamos optar a los típicos Boca-Bits, Fritos o las socorridas Sabor Jamón, pero de pequeños, y no se el porqué, nos gustaban las patatas que más manchaban. En el sector de patatas pringosas con sabor a queso nos encontrábamos con Bolitas, Ricitos y Torciditos, tres ratones que parecían sacado de alguna película de Disney pero vestidos de mosqueteros y que respectivamente nos traían esféricas bolitas, los típicos gusanitos rojos o
Cheetos y finos palitos deformes también llamados Risketos. Estos ratoncitos posteriormente fueron sustituidos por Chester, la típica mascota cool con gafas de sol a lo Poochie pero que nos trajo otro producto interesante; patatas que simulaban pequeños balones de fútbol llamados Pelotazos (de mayores seguiremos tomando pelotazos, pero de otro estilo). Además de todo ello teníamos a Drakis (dentaduras sabor Cheetos) y Pandilla Drakis (patatas con forma de fantasmas y murcielagos).Cuando llegaba el veranito era tiempo de refrescarse el gaznate. Lo más barato era el polo-flan, barritas de hielo con sabores a la carta. Como nota curiosa recuerdo que el gran hit de un verano fue un polo-flan celeste con sabor agua-marina [¿?], aunque yo siempre elegía los clásicos de naranja o limón.
Lo bueno llegaba cuando íbamos al chiringuito o a la piscina y nuestros padres decidían comprarnos un helado. Es entonces cuando Miko y Frigo entraban en una batalla campal por nuestra atención. Los dos tenían grandes ases en la manga; Miko deleitaba nuestro paladar con el Mikolapiz, los Fantasmikos, el Pirulo, el Roller, el Colajet o el Fantasmiko; mientras que Frigo nos elevaba al séptimo cielo con el Frigopie, el Drácula, los Minimilks, el Twister, el Calippo o el Negrito; hasta que un poquito mas crecido Frigo lanzó el helado que finalmente me conquistó: el Magnum.
Por desgracia todo esto que cuento ya pasó. Para empezar ahora vas al kiosko y menos de un euro no te dejas a poco que compres. Además las cosas no saben igual. Aunque confieso que en la soledad de algunas tardes de verano me compro una gran bolsa de cualquiera de lo redactado anteriormente y lo degusto, intentando rememorar viejos tiempos, en la soledad de mi salón. Por favor, háganlo si pueden, quizás su paladar no lo disfrute tanto como antes, pero su memoria se lo agradecerá.
Yo también tengo que reconocer que cada dos por tres cae un bolsón de chucherías y ahora me dejo mis 2-3 euros.
ResponderEliminarQue casualidad que encontré una imagen hace unos días que quería compartir contigo:
FISTROS
Qué gran post y qué grandes recuerdos... La de bolsas de Monchitos que me habré zampado yo en los recreos... ains... ahora me dedico a los Jumpers, que no es lo mismo pero están güenos también...
ResponderEliminarEso sí, en cuanto a gominolas, ahora voy al Frutos Secos el Rincón y rara vez baja de 5 euros el pastizabal...
No sé si alguien comparte esta sensación, pero tengo un agujero negro de nueve años en lo que a chucherías se refiere. Quiero decir: He sido fumador durante todo ese tiempo y difícilmente me acercaba a un kiosko para algo que no fuera el vicio. Cuando dejé de fumar hace un año, volví a saborear las bondades de un buen tronquito cola y comprendí lo que me había estado perdiendo. Fue entonces cuando decidí (tono Scarlett O'Hara) que nunca volvería a pasar hambre.
ResponderEliminarafortunadamente Dios concedió una memoria a largo plazo infinita a nuestro amigo DPodadera para recordarnos que una vez fuimos niños.
ResponderEliminarPost aparte merece cuando nuestros padres, abuelos o tíos nos daban una moneda de 20 duros (por portarnos bien, o por lo que fuera), y para nosotros era un tesoro, imposible de gastar, era la moneda infinita.
Que vuelva la peseta!!