5 de la tarde de una soleada tarde de Agosto en Málaga;
corre un agradable terral que deja el termómetro sin apenas grados a llenar y
que hace que la alerta naranja se quede en un chiste de La Trinca. El calor ha
inundado cada uno de los rincones de mi casa. A mi primo el chico le ha
derretido el Frigopie hasta el punto de dejar un bonito estampado a lunaritos
rosas en el sofá; y los lamparones de la camiseta interior blanca de mi abuelo
empiezan a llenar todas las estancias de mi domicilio de un embriagador aroma a
sobaco mojado que ni todo el Varon Dandy del mundo pueden disimular.
Aun con todo yo hoy me he levantado con un antojo que ni una
asociación de preñadas desequilibradas aprobaría. No pude satisfacerlo en el
desayuno por mi extraña manía de levantarme a las 2 de la tarde; pero de la
merienda no iba a pasar. Presto y
dispuesto abandono el hogar no sin la extrañeza de todos mis congéneres.
Una
vez en plena calle el paisaje no podía ser más desalentador. La calles
desiertas hacen de mi barriada un escenario post-apocalíptico, más a sabiendas
de que la gente se refugia en sus búnkeres provistos de aire acondicionado
Fujitsu recién comprados en una última oferta del Media Markt.
En mi travesía por el desierto de asfalto solo me encuentro
a un gato intentando mal morir a la sombra de un Vespino. El sofocante calor
hace que comience a tener extrañas alucinaciones; empiezo a ver gente leyendo
libros y recitando poesía de Machado. Por suerte mi punto de destino no está
demasiado lejos de mi casa y toda alucinación desaparece cuando llego a mi
oasis particular: la carnicería.
El carnicero se encuentra semidormitando, en un estado de
aparente inconsciencia mientras tiene casi la totalidad de la cabeza metida en
la urna refrigerada donde guarda su género; más concretamente entre las
chuletas de cabezal y los escalopines de pollo. Tengo que simular aclararme la
voz para despertarle de su letargo y sin
mucha dilación le pido lo que había venido a buscar; medio kilo de manteca
colorá.
El carnicero me lo envuelve cuidadosamente en papel y tras
pagarle lo debido me da las buenas tardes y se gira taciturno seguramente
preguntándose si lo que acaba de vivir es solo un sueño y aún está usando de
almohada un trozo de carne.
El camino de vuelta es tan desesperante como el de ida, con
la desventaja de que el calor ha conseguido derretir la manteca y esta ha
calado el papel y la bolsa donde lo porto, dejando en el suelo un reguero rojo
que deja la calle como una escena de Se ha escrito un crimen.
Abro la puerta de casa; mi familia está arremolinada en
torno a un ventilador y aunque se muestran curiosos, la fatiga les impide
preguntarme nada concreto. Yo me dirijo directamente a la cocina; corto dos
rebanadas de pan cateto y enchufo la tostadora. A los pocos minutos de que el
aparato eche a andar mi cocina empieza a parecerse a los infiernos que narraba
Dante.
Empiezo a untar la manteca en el pan; los efluvios hacen que mi sudoración se dispare más si cabe y mi olor corporal llega al nivel de choto viejo de Utrera.
Me dirijo al salón comedor. Mi familia no da crédito a lo que ve, mi primo el chico me mira atónito aun con el palo del Frigopie en la mano. Yo me siento en mi sofá y empiezo a disfrutar como nunca; chorreones de manteca caen desde la comisura de mis labios al plato; y de ahí al propio sofá; que entre el rojo y el rosa ahora parece un cuadro de Miró.
Para mi tristeza acabo con la manteca. Después del éxtasis, llega la desdicha. La tristeza se hace patente al saber que la próxima vez que viese a la manteca habría cambiado su precioso color rojo por el marrón, y estaría en la taza de mi váter, donde le oficiaría su última misa. Solo me queda pues recordarla con este bonito video homenaje; espero que lo disfruten como yo la disfruté a ella.
Empiezo a untar la manteca en el pan; los efluvios hacen que mi sudoración se dispare más si cabe y mi olor corporal llega al nivel de choto viejo de Utrera.
Me dirijo al salón comedor. Mi familia no da crédito a lo que ve, mi primo el chico me mira atónito aun con el palo del Frigopie en la mano. Yo me siento en mi sofá y empiezo a disfrutar como nunca; chorreones de manteca caen desde la comisura de mis labios al plato; y de ahí al propio sofá; que entre el rojo y el rosa ahora parece un cuadro de Miró.
Para mi tristeza acabo con la manteca. Después del éxtasis, llega la desdicha. La tristeza se hace patente al saber que la próxima vez que viese a la manteca habría cambiado su precioso color rojo por el marrón, y estaría en la taza de mi váter, donde le oficiaría su última misa. Solo me queda pues recordarla con este bonito video homenaje; espero que lo disfruten como yo la disfruté a ella.
Madre mia! Lo describes con tanto detalle que me da hasta ansia! ¡Qué caló!
ResponderEliminar(La parte del cambio de color te la podias haber ahorrao...)
Opino como Campanilla, es un marron en tan bonito post que hables del cambio de color...
ResponderEliminardejad en paz al alma creativa de esta empresa.
ResponderEliminarsólo en palos30 pueden hallarse post futboleros, del 15-m y de la mateca colorá. viva palos30!!
viva!!! jajajaja, y viva DPodadera!, jajajaja.
ResponderEliminary la manteca colorá!!!
ResponderEliminary con chorizo esta dabute
ResponderEliminar